LAS VOCES EN EL CAMPO

Por Maricarmen Elizalde

Cazar una voz, localizar la historia, la mía. La primera voz que reconocí fue la de la abuela, como siempre llena de  maldición y de odio, cuando me adentré más a los centenos, escuché la voz de mi madre, y fue entonces que por primera vez lloré en toda mi vida, tenía miedo de que esa voz se acercara, o se volviera humana. La voz de mi padre era tan suave, apenas un susurro, un lamento que ya no alcanza a decir nada. La voz de mi hermano, el bello Antonio, reía, se divertía, jugaba y entre esos gratos recuerdos, lo escuche suspirar, creo que fue el único que realmente se enamoró. La voz más fuerte era la de Gabriel, la más seductora, mi corazón latía, quería moverme de mi escondite, pero tenía miedo de enloquecer, de que las voces nuevamente trataran de penetrarme, perforarme, destruirme. Mi relación con las voces empezó cuando me muda para siempre a vivir en el campo, una casa antigua, perdida en medio de la nada, el dueño era un anciano, yo buscaba quedarme unos días lejos de la “gran ciudad”, el precio por la habitación era bueno, pero lo que me enganchó a ese lugar, fue que el anciano ciego, también escuchaba voces, pasaba por su cuarto y me impresionaba escucharlo hablar, eran platicas completas, discusiones filosóficas, siempre fui curiosa, así que empuje la puerta y ahí estaba el recostado, en la completa oscuridad, me acerqué con la vela, le alumbré el rostro blanco y cadavérico y ya no hice preguntas, el hombre lloraba en silencio, era la única vez que veía llorar realmente a alguien, todo mundo llora como histérico, y yo estaba huyendo del teatro barato de la ciudad, así que me decidí por está casa, en la que no hay luz, no hay música y lo único que nos ronda al anciano y a mí son las voces.

Saludé al ciego y corrí a la cocina, estaba como desconectada del tiempo, de la vida, realmente amaba las cocinas, el calor que encontré en ellas, jamás pude encontrarlo en ninguna parte, incluso en esas supuestas delicias del amor, jamás pude sentirme tan bien en la cama con alguien, siempre hacia frío, despertaba de madrugada, prendía la lámpara y miraba el rostro, el color, la piel de mi amante, y decepcionada miraba hacia la ventana, y sentía una soledad de lobo, el cual después de devorar a la oveja, mira hacia el cielo, gritando de insatisfacción y de soledad. Yo ya no miro al cielo, Dios sólo puede ver y amar a los animales, está asqueado de salvar al mundo, así que yo sé que aunque grite y me retuerza en está vida, él no volteará, ni me escuchará.
Omar Escobedo

El ciego me alcanza una taza de café y me pregunta por el mundo, por la “gran ciudad”, le digo que hemos progresado, por dentro vuelve la nausea, pienso en las caras alargadas y perdidas de los citadinos, en lo obsceno de los gastos por “verse mejor”, cremas, perfumes, colores y sin embargo algo se pudre adentro. La más inteligente de la familia era mamá, por algo perdió la razón, “se vuelve uno inhumano en estos grandes basureros”, así decía mi querido Eneidas.

Hoy es cualquier día de octubre, y la lluvia que había amenazado desde las primeras horas del día, estalló hace unos instantes, llueve suavemente, como no queriendo extinguirse jamás, he de decir que no hay mes que odie más que el mes de octubre, los grandes hombres de mi vida se fueron para siempre en este mes, y las lluvias de este mes, me tranquilizan, borran las huellas, las promesas y también el dolor. Ver la lluvia me lleva a pensar en octubre, y octubre me lleva a pensar en ellos, y las voces  persisten con los días, mañana se acaba este aciago mes, y entonces nuevamente me dedicaré a resolver el enigma de las voces.

Hoy las voces no me han dejado dormir, se burlan, me regañan, es mamá atormentándome con sus gritos de fiera adolorida, que nunca muere, que agoniza eternamente. Basta ya, saldré a cazarlas tan pronto amanezca.