EL PASO, SU HISTORIA

Por Adriana Juan

Siete de la mañana, hace frío, un puesto rojo ofrece el néctar de naranjas verdes y amarillas en la esquina de Ahuanusco y Anacahuita. Oficinistas, niños, estudiantes, obreros y comerciantes sortean el changarro para entrar a un estrecho corredor. Los compromisos deben esperar, la cantidad de gente que transita impide acelerar el paso. Hay tiempo de sobra para observar la expresión de hastío en los rostros.

Adriana Juan
El corredor es largo y estrecho, su nombre, El Paso. Entre sus paredes vestidas de propaganda política y musical caminan diariamente hasta 50 mil personas. El Paso comunica al paradero de Universidad con la colonia más grande de Coyoacán, Santo Domingo.
El origen de este pasillo es anterior  a la construcción del Metro Universidad. Inicialmente, había un asentamiento incipiente de un lado, y del otro, las instalaciones del proyecto educativo más grande de Latinoamérica, donde muchos colonos de los pedregales habían conseguido trabajo.
La casa de doña Leonor, fue la primera en abrir sus puertas a los vecinos. La familia vivía en un jacal, armado con láminas de cartón y retazos de plástico. Había una barranca por la que se bajaba, el terreno era accidentado. La barda de atrás, de piedras apiladas, medía medio metro, “la gente atravesaba el terreno y yo les ponía una tabla  en forma de rampa para que brincaran el muro”, recuerda Leonor.

“Pasábamos por una cocina, había una mesita, un anafre y unos trastes colgados de las paredes de cartón, a veces estaban comiendo”, narra don Carmelo Cortés, vecino fundador de la colonia. Había dos opciones, media hora de camino –hasta la cuchilla de Coacoyunga y Delfín Madrigal- o  brincar las tablas y el muro.

Después llegó el Metro. La señora Leonor recuerda perfectamente el día en que la estación Universidad se inauguró, 30 de agosto de 1983, pues ese mismo día falleció su marido de cirrosis. Leonor trató de convencerlo que se levantara de la cama para ir a la inauguración, pero nunca lo consiguió.

Omar Escobedo
Con la extensión de la línea 3 hasta Universidad, la cantidad de gente que solicitaba el paso aumentó, fue entonces cuando el señor Juan Velázquez permitió a los transeúntes atravesar su domicilio a cambio de un peso. Poco a poco, el terreno del señor Juan  se volvió el único lugar por el que las personas pasaban.
El señor Juan ponía una silla al lado de una de las puertas de su terreno y allí se sentaba con un bote en la mano para cobrar el paso. Desde muy temprano abría su propiedad y la cerraba a las nueve. Cuando se quedaba dormido los pasantes echaban piedras o tornillos que al chocar con el bote sonaban como monedas.
En 1988, por un acuerdo con la Delegación, fue acondicionado y arreglado El Paso como se conoce actualmente.  Después se puso una cámara que lo vigila todo el día. Hoy es acompañado por negocios fijos y ambulantes, por taxis y combis, por el correr del tiempo.
El Paso se ha convertido en una estrecha boca de concreto que se abre entre adoquines rojos y se extiende a nuestros pies, para que miles de personas sean devoradas por el mundo de asfalto en lo que un día fuese un eterno pedregal