LALO, UN ARTISTA IGNORADO
Por Abel Ramírez
Sus ojos ígneos reflejan rencor. Su textura rugosa, nos habla de una vida llena de cicatrices sin cerrar. Sus dientes están a punto de soltar una mordida. Si uno lo viera en la calle al salir de casa sin duda echaría a correr de ese par de cuernos del mal.
Pero no todos los demonios son malignos, éste describe una historia personal de tragos amargos, pesados, como de quien sabe que difícilmente saldrá de una eterna resaca. Más en el fondo esta máscara refleja la lucha y cariño por vivir.
Abel Ramírez
Eduardo Olvera, Lalo, es un joven de  27 años, alto y del color de la raza de bronce a la que pertenecemos. Su pelo lacio y desaliñado le da aires de intelectual, viste despreocupado, una piocha grande adorna su mentón. Nació y se crió en el Pedregal de Santo Domingo, aquí en Coyoacán. Forma parte de una familia numerosa y desintegrada. A él y a sus siete hermanos los crió solamente su madre. Todos viven.
Cursó la primaria con muchas dificultades. Cinco años estuvo en primero. Recuerda que al principio era muy chillón pero se volvió broncudo. Con un dejo de amargura y coraje comenta que en la primaria, una vez golpeó a uno de sus compañeros porque entre varios lo encueraron y encerraron en un salón. Como pudo se escapó y se surtió al primero que encontró. Los maestros lo castigaron sin averiguar lo que aquéllos le habían hecho previamente.
Actualmente cursa el tercer semestre de la preparatoria en el sistema abierto, lo que lo hace sentirse muy orgulloso. Desde que estaba cursando la primaria ya trabajaba para ayudar a su mamá con los gastos, laboraba ya en la herrería, ya lavando coches, ya de músico.
Infla los cachetes y resopla, confiesa: “cuando estaba en la secundaria le agarré gusto a la calle. Entre menos estuviera en mi casa era mejor, porque así menos me madreaban. Con los cuates de la banda nos íbamos por diferentes puntos del país, pero siempre a donde había droga. Le hice a la mota, al peyote y a los hongos. Dejé las drogas porque me harté de ellas, creo que me llegó la madurez. Las cosas que te pasan te hacen cambiar. El tambo te pone a reflexionar en serio.”
“De saca borrachos en un antro trabajé durante cinco años, hasta que conocí a un taxista que me invitó a laborar en un módulo de atención ciudadana. Al principio no me gustó, pero ahí conocí a los compañeros del equipo, con quienes me he identificado plenamente. Son bien borrachotes pero muy inocentes, no saben de drogas ni de otros bisnes y estoy satisfecho con su amistad. El puesto que me acaban de dar es de mucha responsabilidad”
Abel Ramírez
Lalo es una persona sensible. Al evocar un pasaje de su vida en particular derrama una muy discreta lágrima. “Una vez tasajeé a mi hermano mayor. Era boxeador, pero esa ocasión estaba golpeando a mi hermanita y la defendí, mi hermano me dio un madrazote que me desmayó, cuando estuve en condiciones de enfrentármele, tomé un cuchillo y se lo mostré. Retadoramente, abrió los brazos y se lo clavé en varias ocasiones. Ya no se mete con nosotros”.
Actualmente, además de trabajar y de estudiar el bachillerato, Lalo es  artista plástico. Trabaja la cartonería, pintura y dibujo. Se ha vuelto autodidacta. En sus obras refleja casi siempre el estado de ánimo que tiene cuando trabaja en ellas.
Hace tiempo cuando estaba creando la máscara El demonio sentía una depresión tan grande que incluso llegó a pensar en el suicidio.  Sus cuernos, dientes y ojos, evocan la materialización de algo terrible. En su obra se palpa la sensibilidad de este artista desconocido, se refleja su origen, dolor y vida.