LA RABIA Y EL MAGUEY (tradición oral)

Por Hipólito Irepan*
Rollo Velado
Iba muy enojado por lo vil de su patrón, tanto explotarlo por la miseria que le ha pagado y, ¿cuándo no? Hasta debido. No prestó importancia a la perra que  vino en su dirección y sin más lo mordió en su pantorrilla. ¡Maldita perra infeliz, ya me mordiste! Y se fue el animal corriendo.
Le dolió mucho pero pudo caminar y volver a su casa, donde se puso unos fomentos de árnica, pero sí le había clavado el colmillo. A los dos días el dolor de la mordida había desaparecido y parecía no pasar nada grave, mas cuando le hubo incubado el mal de la  rabia, se le presentó con su estado mórbido de ansiedad y alucinación, miedo al agua y desquiciamiento. A lo que su familia muy alarmada, pidió ayuda al ayuntamiento, los que mirando según su ya estado de coma, sólo pudieron determinar su ejecución para que no dañara ni infectara a nadie más, resolviendo ejecutarlo, fueron armados por él.
Aunque muy mal, a veces tenía momentos de lucidez y es en uno de esos momentos que ve venir a los hombres armados y por instinto, o sabe qué, salió por detrás de la casa y el solar, dirigiéndose al cerro donde pronto se perdió en el monte y con la desesperación que le agobiaba corrió y corrió hasta que quedó tirado, cansado entre unos magueyales, donde sintió protección. Después de dormir un momento en que perdió la noción del tiempo, pero al despertar tenía esa sed en la garganta que lo llenaba de desesperación y angustia por la hidrofobia. Y era tal que se llevó a la boca una penca de maguey y la comenzó a morder buscando el jugo, que en ese momento le supo no a guishe, como lo es el jugo de las pencas de maguey, sino a algo fuerte pero que le calmaba esa sed mortal, así que por mucho rato se puso ferozmente a morder la penca y luego otra hasta que casi sangraba su boca de los escaldada que tenía la lengua y labios. Luego se ayudó con unas piedras para moler la penca. Así se la pasó varios días y cuando al fin lo hallaron los soldados aún querían matarlo; les gritó desde los magueyes que él era, y que ya se había curado con las pencas de maguey y, tenía los montones de fibra que les mostraba como evidencia de que era cierto.
Apenas podían creerlo, pero de todas maneras se lo llevaron atado, para que no se fuera a poner mal otra vez, y como vieron que lo que tenía era hambre, le dieron de comer y al fin se convencieron de que ya estaba bien. Dejándolo libre y en manos de su familia.
* Hipólito Irepan es vecino de la colonia Ajusco y se ha esforzado por recuperar las tradiciones orales de los pueblos purépechas. LA RABIA Y EL MAGUEY refleja la manera como enfrentan los problemas de salud.