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SALTO DE VIDA
Por Elí Sánchez

- No se ven las estrellas
Una vez yo andaba jugando muy lejos, allá hasta el final del llano y me cayó la noche,   entonces, como no había nadita de luz, me perdí. Estuve perdido todo un ratote hasta que recordé que uno se puede guiar con las estrellas, son como una señal Jorge, una señal para ir hacia donde uno se siente como en casa.
- Entonces, ¿Así fue como llegaste?
- Sí, mi Jorge. Fue re emocionante, porque todo estaba bien tranquilo, el llano estaba allá donde ahora está Tlalpan, ¿Alcanzas a ver?
- Pos…  No, no veo ningún llano en Tlalpan.
- Es por que ya no está, antes no existía la Calzada de Tlalpan acá en Santa Úrsula, es más ni el estadio Azteca lo habían hecho. Ahí solamente había un ojo de agua grandote, que se conectaba con todos los riachuelitos que existían por acá.
- Órale. ¿Todo eso había? ¿Mucha agua?
- Si Jorgito. Ah, y nomás deja te platico lo que me pasó en otra ocasión que andaba allá en el llano.
- No me digas, te perdiste.
- Ja ja ja… ¡A que chamaco tan abusado! Dirás que tu abuelo es un tarugo, ¿Verdá?. Pos la mera verdá si, me perdí mucho más tiempo que la vez anterior, sólo que ahora andaba el año allá por agosto y todo estaba bien mojado y lleno de charcos.
- ¿Pero por qué te perdiste si ya sabías regresar con las estrellas a tu casa?
- Pos, porque si llueve…

- ¿Si?

- Hay nubes…

-¿Y?

- Las nubes están en el cielo.

- ¿En el cielo?

- Sí chamaco, en el cielo, mira nomás, igual de tarugo que el abuelo. ¡Si hay nubes, en la noche no se ven las estrellas!

- Entonces ¿Cómo le hiciste?
- Pos en primera, como yo era un chamaco igual que tú, me espanté como nunca, ni las luciérnagas alumbraban un poquito pa’ ver aonde pisaba. No me podía sentar por que todo era fango, estaba cansado, asustado, muy triste, pensaba que no iba a poder regresar y en eso…
- ¿En eso? ¿Qué pasó en eso? Abuelo Cóatl, ¿En eso?
- Escuché un ruido. Y luego otro y otro y otro. Se escuchaban como gritos de demonios, voltié pa’ un lado y luego pal’ otro y nada que se veía. En eso sentí que me agarraban de las patas manos, muy muy frías y muy muy mojadas, era horrible, yo estaba gritando y me sentía paralizado por el terror. Hubiera sido increíble ver mi cara en esos momentos. El pánico me tenía helado, mientras aquellas manos me recorrían las piernas y los brazos, llegaban a mi cuello y gritaban en mi oído.
- ¿Qué hiciste abuelito? ¿Dime que pasó después?
- ¿Pos que iba a pasar? Cerré duro los ojos, me puse a rezar y caminé no más de tres pasos hasta que caí en un charco. Me estaba levantando y pude ver que por entre las nubes se dejaba ver tantito, nomás tantito la luna y se reflejaba en el agua, así fue como una de esas horribles manos apareció del reflejo.

- Pos ¿Qué eran esas manos?

- Eran sapos.

- ¿Sapos?

- Si mijo, sapos grandotes y chiquitos, de todos lados, y por todas partes salían muchos, muchos sapitos.

- ¿Eso que dices es cierto? Yo creo que los sapos están bien padres. ¿Entonces te quedaste a jugar con ellos?

- Que me voy a andar quedando, chamaco baboso, se me quitó el miedo, pero todavía tenía frío y hambre. Como es mi costumbre recordé ya hasta el último que mi amá nos decía en épocas de lluvias que tuviéramos cuidado al salir por que andaban por ahí los sapos saltando arriba, hacia los pedregales, buscando un lugar aonde vivir, un sitio con lagos y charcas, onde hallarse, aonde estar. Por eso no debíamos pisar juerte por que los matábamos, pero era imposible, y cada que uno daba paso, se surtía a varios sapitos.

- ¿Y eso qué? Yo nunca he visto más que una triste rana flacucha.

- Pos, porque cuando tu naciste ya no habían. Y no me apresures por que sino ya no te acabo de contar como regresé.

Bien, cuando me acordé de eso dije: -pos no hay de otra- y que me pongo a seguir todo el ruidero de saperío hasta que me fui acercando y acercando hasta llegar a casa.

Ahora, ya no hay de eso. Mijo, abusado. Así como yo me perdí, le puede pasar a cualquiera, incluso a ti y como ves, las estrellas no siempre se dejan ver, pero la naturaleza te va a echar la mano pa’ regresar a casa. Sólo que ahora ya no hay sapos, nos los acabamos y no sé que tanto vayamos a poder seguir teniendo cosas así.

De todos modos yo me siento feliz por lo que viví, por que así como regresé a casa, se que ellos dieron su salto de vida.