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GRABADA EN EL TIEMPO

Por Federica Barba

Esa tarde, regresó de la casa de sus padres en Tizapán, San Ángel,  desde la esquina observó la calle parejita y tuvo la impresión de que no era la suya, pensó que se había equivocado pero alcanzó a reconocer su hogar. Flor De Liz, fundadora de la colonia Ajusco, no imaginó que esa misma mañana  sería la última vez que contemplaría ese hermoso vestigio desde su puerta principal. 

Ocupaba la mitad del ancho de la calle y era la más grande de los pedregales, estaba grabada sobre una burbuja de piedra volcánica de doce metros de largo y dos de altura. En el interior de su cuerpo resaltaban varias figuras de caracoles y calaveras. Su cabeza de metro y medio  tenía dos cuernos: uno grande y otro dividido en tres piezas.

La llamaban la víbora del pedregal. Ésta se parecía a otras dos de menor tamaño, aproximadamente de 80 centímetros halladas en la iglesia de la Resurrección y en Tepalcatzin. Eran tallas del arte mexica. Los culhuas, habitantes de Culhuacán pertenecían a esta cultura. Ellos vinieron marcando su camino en busca del pueblo sepultado por la lava del volcán Xitle, Cuicuilco. La cabeza de las  tres indicaba hacia el sur. El cuerno grande en forma de triángulo se relacionaba con la pirámide de Cuicuilco y la otra con las pirámides en Villa Olímpica.

“Yo era chico, tenía como ocho años, veníamos con un señor para llevar  un tercio de leña seca para allá, vivía en Tepaliapa, donde ahora es el centro de Coyoacán. Caminábamos todo el pedregal. No había casas, excepto una hacienda vieja que tenía piletas con agua para los animales, ahí por el metro de CU. Desde entonces, ya existía la serpiente”. Recuerda Luis Pacheco

Tiempo después Luis se casó y se fue a vivir a unos metros de la víbora. Flor se convirtió en su vecina. Su calle se llamaba Los Galgos, mejor conocida como De la víbora, actualmente Zapotecas, entre Meconetzin y Tepalcatzin.

En los sesenta, los arqueólogos Walter Krickeberg, Carmen Cook de Leonard y Carlos Navarrete la visitaron en varias ocasiones. Estudiaron el petrograbado, primero la cubrieron con papel, calcaron los trazos del la víbora y se lo llevaron para analizarlo. Después pretendían que se trasladara con ayuda de los canteros a otro lugar para ser exhibida. El Departamento del Distrito Federal tenía el proyecto de realizar una glorieta en torno a la piedra. Ninguno de estos fue culminado. No hubo  diálogo.
Se corría la voz de aquel hallazgo con los visitantes que buscaban un terreno en la zona sur de Coyoacán. Al observar el vestigio la gente admiraba su detalle casi perfecto. Se convirtió en referencia para los vecinos, se reunían y convivían en torno suyo.
Se tenía que rodear la piedra para poder pasar y había quien tenía que subir y bajar por su dorso hasta llegar al hogar.
Hace veinte años colocaron dinamita y en menos de doce horas la calle se encontraba en un solo nivel. “La cuidé mucho porque era algo precioso. Veníamos dando la vuelta a la calle y ni una piedra habían dejado”, recuerda Flor con tristeza.