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¡DE A PESO LA LAVADA…!

Por Y. Ameyalli Ramos

Aquello de “la ropa sucia se lava en casa”, de vez en cuando puede fallar, para muestra,  ahí está La Candelaria,  donde la tradición ha sembrado otro proceder. Y no es que falte discreción, sino espacio, drenaje y sobretodo agua.  Así se vive en este lugar desde hace más de medio siglo, cuando las casas de adobe dominaban el paisaje y aún había que hincarse para lavar. Por aquellos años, la Delegación se hacía cargo, pero hoy, si una llave se rompe, si hace falta el candado, todo corre a cargo de quien ahí lava. La cosa es sencilla: cada señora llega, da un pesito, firma y listo. Luego, la encargada recoge el dinero junto con las firmas. A veces, los niños entran y se llevan parte o la cooperación completa: ¡Ni hablar!
Si los lavaderos hablaran, seguro contarían múltiples historias que, quienes los usan, han dejado sumergidas entre la espuma que brota de tallar y tallar; así es como ha nacido ésta, que sábado a sábado escribe nuestro personaje en compañía de sus vecinas, mientras las horas se van entre blanquear una blusita y enjuagar el calcetín.
Hace más de siete años que repite el mismo proceso que alguna vez le enseñara su madre, luego de explicarle que cada quien lava lo que se pone y ensucia. Hoy, esta costumbre ha llegado a provocarle satisfacción, pues no duda que la complicada tarea de andar por la calle sin manchas en la ropa  ha contribuido a replantear las reglas que la sociedad le impone.
Él es Iván, pero en realidad podría ser cualquiera, pues la importancia de esta historia radica en descubrir cómo han cambiado los tiempos, y las tradiciones, a pesar de conservarse, van ampliando sus panoramas y abrazan dentro de ellas a otros personajes, aun si se trata de lavaderos y hombres.
Hoy las aguas de estos lavaderos se encaminan por otro cause y salpican a cualquiera: antes, no importaba la edad, ahora, ni el género. La voz de Iván lo advierte: “así sean mujeres u hombres, no importa”, el caso es estar limpios.