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UN HOSPITAL PARA EL ALMA

Por Elí Sánchez

Ellas poseen miradas eternas, expresivas, que se posan sutilmente en cada movimiento que el espacio donde han sido confinadas les permite contemplar. Ellas no duermen, han sido hechas para velar los sueños y ser voraces guerreras de la pesadilla, la soledad y el tiempo.
Las muñecas se han convertido en más que un simple juguete, son símbolos de maternidad, del arrullo, de la necesidad afectiva que implica poseer una compañera inanimada, pero que adquiere una carga significativa cuando al tenerla en las manos no existe mas que la apropiación de ella, reivindicada y transformada en  algo que se adhiere humanizándose, encarnando a través de un simple juego, la capacidad más importante que podemos apreciar, el amor.
Miguel Rivera Aguilar lo sabía, tanto que desde los años 50 cuando comenzó a trabajar en una fábrica de muñecas entregó su talento al sensible arte de crearlas, de buscar la mirada precisa para los moldes de caucho, tomó el oficio y lo trasmitió a cuatro de sus hijos que a través del tiempo se han vuelto maestros de la disciplina, y así poder mantener el oficio con un peculiar hospital, una clínica especializada en pacientes de sonrisas inmortales con rubor color rosa y ojos verdes que abren y cierran según su verticalidad. El hospital de muñecas es un lugar destinado a devolver la perfección de sus pacientes, a reconstruir una parte de la vida de quienes han puesto en sus manos estos invaluables tesoros, estos trozos de vida y recuerdos almacenados en vestidos floreados y suaves cuerpos de trapo.
Los hermanos Rivera, han trastocado ese espacio delicado y sensible que hace de la intimidad femenina un eco suave donde los recuerdos atraviesan el aire y se hacen presentes para no perder aquella ternura que las llevó a cepillar una cabellera dorada o respirar un dulce olor a fresa sintética.
Cada día, en Avenida Aztecas 565, abre un lugar histórico, pues ha estado ahí prácticamente desde la invasión de los pedregales; en el pasado, la gente no concebía de la misma forma que hoy el aprecio por estos objetos sentimentales, actualmente muchas personas piensan que no tiene sentido arreglar una muñeca pues, cuando se rompen o se descomponen, simplemente se deshacen de ellas y compran el nuevo modelo de Barbie “loquesea”, es así como clientes selectos, guiados por la buena reputación del trabajo envían muñecas de porcelana que desde el punto de vista del coleccionista, son las más sublimes del gremio, pero a través de una mirada honesta de quienes las cuidan y abrazan con un confort maternal, lo mismo daría que fueran de un material mundano.
Los Rivera han aprendido que su negocio no es común, que no es sólo técnica para incrustar con una máquina industrial cabellos rubios de una muñeca rolliza que con el andar travieso de una niña han adquirido un problema de calvicie prematura; el trabajo no sólo es ver como pasan frente a sí miles de muñecas después de una cirugía estética, es también permitirles a sus dueñas apreciar en las miradas imperturbables de sus “niñas” como este gran hospital les ha curado el alma.