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PENÉLOPE

Por Beatríz Salce

Aquí estoy, parada como esperando un camión, todas las tardes. Por la mañana preparo el desayuno, llevo mis hijos a la escuela, sí, todavía están chicos. El grande tiene diez años cumplidos; el otro, ocho, y la niña, cuatro entrados a cinco. Hago mi quehacer y lavo ropa de las vecinas y los overoles de los del taller. Ya me conocen, saben que soy honrada. Después de la comida pongo a los niños a hacer su tarea, que estudien, que sean alguien, no como yo. Los dejo bien encerrados para que no se salgan y me vengo a trabajar hasta por acá.
Lo que gano es para el gasto. La comida, la luz, el agua, el gas y lo de la escuela. Ay, cómo piden cosas, la estampita, el mapa, el cumpleaños de la directora; creen que el dinero se junta con escoba. Sí, tengo esposo, lo despidieron que por el recorte de personal. Apenas se fue para Estados Unidos. Con mucho sacrificio juntamos lo del pasaje. En cuanto tenga un trabajo me va a mandar dólares.
Le digo que el dinero es para el gasto, no para andar haciendo visiones. No soy una profesional. Mi uniforme son estos shor. Pues sí, me da frío pero qué se le hace. Ya le voy a cobrar sus ciento cincuenta pesos que es lo de un servicio sencillo, para persinarme, antes de que llegue el primer cliente.

Beatriz Zalce es vecina de Coyoacán, periodista cultural y colabora en El Financiero, ha escrito para Proceso y medios alternativos. Hoy regala a los lectores del Coyote una historia fina y humana.