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MIRA COMO SUENA

Por Elí Sánchez

"La música es el alma del pueblo.
Un pueblo sin música es un pueblo sin alma".

Un baile es un baile, y en Coyoacán siempre ha tenido un significado especial. Los sonideros se vuelven ídolos que atraen mares de gente necesitada de bailar y vivir en carne propia el retumbar de los bafles en el pecho, el húmedo ambiente en la pista o la rítmica ingesta alcohólica.

Las tocadas son espacios neutrales, de amistad, compañerismo, donde nadie va solo y el motivo es lo de menos. Se transforman momentáneamente en el punto de reunión del barrio; en ellas habitan diversos grupos y mantienen un pacto de civilidad hasta donde el ambiente y el alcohol lo dicten. Sus fiestas cobijan a jóvenes con necesidad de darse un respiro para comunicarse e impregnarse de un ambiente que en otros espacios les es negado. En ellas no hay reservas de derecho de admisión, la entrada sólo exige boleto sellado, la clase social se vuelve una: pachanguera, que comparte la dura realidad de aquellos que viven en construcciones azarosas de los pedregales, pero que sienten el orgullo por nacer en un barrio de la ciudad.

El baile representa la seducción, a pesar que es el motivo principal para congregarse, su nexo social va más allá de lo recreativo, el amo de la pista es respetado y admirado, la gente se dispone a su alrededor para que haga gala de su destreza con quien lo acompañe, sea hombre o mujer, pues no existe distinción de sexos. Estos sitios privilegiados suelen ser ocupados por los clubes de baile que con desplante y gracia para bailar en asfalto, banquetas y lodo invocan su peculiar estilo de zapateo: una suerte de invento arrítmico, con giros acrobáticos y lances de mano cual aleteo de mariposa.

La atmósfera es un lugar donde cada sentido coquetea con sus límites. La mirada se vuelca en alucinaciones danzantes multicolor. El olfato y el oído son llevados al máximo en decibeles e imitaciones de perfume (lanzado indiscriminadamente a los cuerpos que con dedicación artesanal se reinventan en un ritual higiénico para erotizar a la presa del día). La piel experimenta sus peculariedades de humedad y tacto en la masa amorfa de carne y vísceras arremolinada sobre la pista.

Los recaditos y saludos engullidos en la música son parte medular en la cultura sonidera por ser el vínculo latente entre quien escucha y quien se hace escuchar. Permite identificarse; hacerse de un nombre a partir de un efímero mensaje es una oportunidad única de mostrarse, de hacerse presente y advertir que llegó el Canciller de cada barrio.

La cultura generada por este movimiento fiestero y musical tiene mil caras, pues crea lugares de desprendimiento y muchas veces llega a tornarse violento, a pesar de esto la fiesta debe continuar, pues los sonidos con  estructuras ground suport y cantidades tremendas de iluminación forman un marco esplendoroso difícil de desperdiciar.

Cada noche, los demonios del baile, el sexo, la música y la fortuna se liberan en un lugar de culto, reunidos por el poder de las bocinas y el exceso nocturno.

Sombras vierten su existencia en una célula armónica donde un grito testarudo nos retumba con insistencia.