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LUCES DE SOBERBIA

Por Ameyalli Ramos

Cientos de brazos tienes, todos poseen nombre, engulles con cada uno de ellos a cuantos pasean por tu cuerpo majestuoso, altivo. Con inverosímiles placeres seduces la piel viva que se te entrega; engordas, ellos te alimentan. Te nutre el olvido que provocas, los límites ciegos que dibujas.

Amante que todo brindas: luces y embriaguez nocturnas. Por el día hay dentro de ti risas y juegos incansables. Pero algo escondes: mientras más creces, más invisibles vuelves a los que te rodean. Gigante, has dejado a tus hermanos fuera del reino, has pretendido colmarlos de oscuridad. No son invitados al festín, pero se infiltran, te buscan, lanzan gritos a tu raíz, al origen que con todos compartes y te empeñas en negar.

Te juzgas más que ellos, tus incontables ojos frívolos se oponen a reconocer el verdadero sentido de los pueblos que por historia te acompañan. Pero tendrás que verlos y dejar que el agua corra también por sus cuerpos.

Voltea, admira el tesoro que guardan, presume a cada uno de tu sangre: los restos del ombligo de fuego que abrazan, cada piedra hermosa y negra que los cimienta. Permite a tus hijos borrar las líneas absurdas que les haz impuesto, quita del futuro vestiduras y monedas.

Despójalos de sus máscaras y enséñales a compartir la tradición, la cultura sembrada en lo profundo –no sólo tú eres corazón-, esa que no se adorna con tonos claros, ni llena sus calles de bisutería fina. Déjalos beber de la rebeldía e irreverencia que tus alrededores cargan por instinto, tienen que gozar de esculturas y gusanos. Probar la Purificación de brazos generosos; subir a cerros corcovados. Conocer a otros Reyes que esperan.

Soberbio protagonista, sólo así desnudarás tu carne y hallarás la humildad necesaria para la reconciliación con la tierra.